Hilda Levy trabajaba como psicóloga en una escuela de la localidad bonaerense de Lanús cuando al cumplir 50 años le llegó la propuesta de jubilarse porque ya tenía 25 años de aportes. “Era muy joven y pensaba qué iba a hacer. Yo viajaba todos los días desde Palermo. Era un sacrificio, sin embargo el día que me jubilé lloré muchísimo porque pensaba que me iba a cambiar la vida. Y efectivamente me cambio” recuerda al hablar con La Cita.
“De pronto tenía mucho más tiempo para mí. Lo primero
que hice fue volver a las artes, ya que yo había estado en el “Bellas Artes”,
pero lo tuve que dejar por el trabajo. Empecé a tomar clases de pintura y luego
de escultura. También comencé a tomar clases de teatro, lo que me sirvió mucho
con mis pacientes porque apliqué esas técnicas dramáticas en terapia”,
sostiene.
Pero lo que realmente cambio su vida fue la publicación
de “Mujeres de 50”, que escribió junto a Daniela Di Segni, que en pocas semanas
fue records de ventas y que durante el primer año se reditó seis veces.
“Siempre me gustó escribir, pero jamás pensé que iba a devenir en escritora.
Cuando estaba en el secundario hacia un periódico escolar que se llamaba “El
Machete”. Tuvo muchísimo éxito, pero yo tenía un perfil muy bajo, así que no se
me ocurrió pensar que tenía habilidades de ese tipo”.
Después de que se jubiló, cuenta, había tomado la
costumbre de escribirles a sus amigas. “En esa época escribía la poesía
“Reflexiones de una cincuentona” y entregué una copia a cada una.
Un día me llego el poema pero decía que era de un autor
anónimo. Desde entonces decidí seguir escribiendo, pero no entregar mas copias.
Y todo lo que hacía lo iba guardando en un cajón”.Al poco tiempo conoció a Daniela Di Segni, la co-autora de “Mujeres de 50” y se largaron a hacer un libro a cuatro manos, que finalmente fue editado por Sudamericana. “Y se convirtió en un bestseller y durante nueve meses permaneció entre los diez más vendidos. Yo no lo podía creer. Comenzaron a llamarnos de todos los canales, diarios, de radios, nos pedían notas. Y yo, que tenía mi autoestima por el suelo, poco a poco comencé a sentirme mejor, a sentir que lo que había hecho no estaba tan mal, que valía la pena. No es que me sintiera importante, pero sí me comencé a sentir alguien”.
“Esto me parece que es bueno decirlo porque hay mucha gente que se desvaloriza porque no sabe lo que tiene para dar. Yo uso una metáfora: Yo me sentía una semilla de maíz, chiquitita, fea si se quiere. Pero si vos la pones al fuego, esa semilla explota y se transforma en un pochoclo, grande, luminoso riquísimo, es como una flor que estalla. Bueno yo no me siento una flor que estalla, pero deje de ser semilla”, reflexiona.
Tras el Boom de “Mujeres de 50” siguió escribiendo, pero ya sola. A este titulo le siguieron “Suegras, nueras y cuñadas”, “No le pidas peras al olmo”, “Mujeres de 60”, “Quiero que me quieran” y el recién salido “¡Ay Dolores!”
¿Cómo
definiría sus libros?
Mis libros son un diario de mi vida. “Mujeres de 50”
nació cuando cumplí los 50.
“Suegras, nueras y cuñadas” cuando se casó mi hijo. “No
le pidas peras al Olmo” cuando me di cuenta que a mi marido no lo iba a cambiar,
“Mujeres de 60” cuando cumplí, los 60 y “¡Ay Dolores!”, después que una noche
que bailando un twist me dañe los meniscos y estuve un año con dolor. O sea que
cada cosa que me fue pasando fue un incentivo para escribir. La inspiración
también me surge de las conversaciones con mis amigas y en algunas sesiones con
mis pacientes y del espejo. Lo que yo escribo son cosas que suceden, y por eso
la gente siente tan identificada. Los libros son como son mis terapias. Con mis
pacientes tengo con cada uno una relación diferente en base a lo que yo sé que
el otro espera, y por eso logro cambios muy importantes, porque me anticipo a
lo que está pensando, no porque sea adivina, sino porque presto mucha atención,
por ejemplo, al lenguaje corporal porque hay veces que las personas te dicen
una cosa con las palabras pero expresan otra con el cuerpo.
¿Diría
que son libros terapéuticos?
Mejoro digo que todos mis libros dejan un aprendizaje,
hablan de situaciones comunes que muchos pasamos y de cómo hacer para salirse
de eso.
¿Qué aprendizaje deja “Mujeres de 60”, el libro sobre
el que se inspiró la obra que está en cartel de Liliana Pécora?
Pone en limpio muchas cosas que les pasan a las mujeres
de esa edad. En principio no toleran con facilidad el advenimiento de la vejez
y siempre están cuidándose. Pero cuando uno ya es grande, no solo quiere verse
lo mejor posible, sino que también cuida la salud. Los 60 son la edad en la que
comienzan las idas y vueltas al médico. Es una edad bisagra porque se es joven
para muchas satisfacciones pero ya no se tiene la energía para tantas
obligaciones. Por ejemplo, si se tiene el don de tener a los padres grandes,
hay que ocuparse y esto requiere mucho esfuerzo. Y no está bien visto quejarse,
como tampoco se ve bien si uno se queja por tener que cuidar a los nietos.
También les sucede que muchas de ellas forman parte de una generación en la que
los hombres salían a trabajar y ellas pasaban el día solas. Pero ahora, que sus
maridos se jubilaron los tienen todo el día en la casa fiscalizando todo lo que
hacen y muchas se sienten agobiadas.
¿Y
cuál es su propuesta?
La queja solo sirve para quejarse. Lo que yo planteo es
que hay que poner límites. Lógicamente si un hijo está enfermo, uno lo va a
cuidar y a sus nietos. Pero si el hijo te pide que te ocupes de todo porque
quiere hacerse un viajecito, o porque quiere ir a jugar al football, hay que
poner límites en la medida que uno lo sienta. En relación a los padres también
hay que poner algún límite. Yo tengo una pequeña anécdota personal que ilustra muy
bien lo que se le exige a la mujer como hija. Mi mamá afortunadamente murió
grande, bien, sana y alegre. Pero ella quería que fuera todos los días a verla.
Un día que llovía, yo tenia una gripe tremenda, recién volvía del trabajo y me
llamó a ver si la iba a ir a visitar. Tanto me insistió que fui. Cuando llegue
le pregunté porque no había llamado a mi hermano y ella me respondió: “porque
está lloviendo, pobre”.