Gracias Bradbury,
porque con tu genio, nos adelantaste el futuro que en parte ya llegó, y nos
toma mejor parados.
Un agradecimiento
especial, por “El vino del estío”...me estimuló a vivir la vida en forma más poética.
Transcribo aquí
parte del prólogo que Borges le escribió a su “Crónicas Marcianas”.
La energía de dos
grandes, juntas!!!!!
Por
su carácter de anticipación de un porvenir posible o probable, el Somnium Astronomicum
prefigura, si no me equivoco, el nuevo género narrativo que los americanos del
Norte denominan science-fiction o scientifiction
y del que son admirable ejemplo estas Crónicas.
Su
tema es la conquista y colonización del planeta. Esta ardua empresa de los
hombres futuros parece destinada a la época, pero Ray Bradbury ha preferido
(sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono
elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su
piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se
alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión
del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un
desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos
amarillos y antiguos barcos para andar por la arena-.
Otros
autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se
trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la
gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado -el dark backward and abysm of Time
del verso de Shakespeare-. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano
Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres
del Génesis o de Homero.
¿Cómo
pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me
atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y
es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo
"fantástico" o a lo "real", a Macbeth o a RaskoInikov, a la
invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa
la novela, o novelería, de la science
fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha
puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso
Sinclair Lewis en Main
Street.
Acaso
La tercera expedición es
la historia más alarmante de este volumen. Su horror (sospecho) es metafísico;
la incertidumbre sobre la identidad de los huéspedes del capitán John Black
insinúa incómodamente que tampoco sabemos quiénes somos ni cómo es, para Dios,
nuestra cara. Quiero asimismo destacar el episodio titulado El marciano, que
encierra una patética variación del mito de Proteo.
Hacia
1909 leí, con fascinada angustia, en el crepúsculo de una casa grande que ya no
existe, Los primeros
hombres en la Luna, de Wells. Por virtud de estas Crónicas de concepción y
ejecución muy diversa, me ha sido dado revivir, en los últimos días del otoño
de 1954, aquellos deleitables terrores.
Minotauro, 1955.
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