Película
española, ganadora de 2 Premios Goya 2012, entre otros, es un dibujo animado, que
cuenta la historia de un hombre con un Alzheimer incipiente a quien su hijo
decide internar en un geriátrico. El film muestra todas las vicisitudes que
allí tienen lugar. Lo más doloroso es que es muy real, y casi un callejón sin
salida.
El gran dilema lo
representa un personaje de los internos -que para variar es argentino-, “El
vivito” y saca partido de todas las oportunidades que se puedan imaginar.
Por ejemplo, hay una mujer
que pasa buena parte del día, buscando el teléfono para llamar a la hija y
avisarle que la venga a buscar, porque ya está bien. Este “vivito” le dice que
el teléfono está en determinado lugar inexistente y le cobra por eso. Cuando el
compañero de cuarto le pregunta por qué es tan cruel con ella, él le responde:
"Ella en 10 minutos se va a olvidar de que quería llamar a la hija. ¿Acaso
te parece mejor, que le diga que aquí no la dejan hablar y que la hija jamás la
visita y nunca la vendrá a buscar?
Es lo mismo que hago con
María: sus recuerdos más felices han sido viajando en ese tren. Cuando le cobro
el pasaje porque está iniciando un viaje de un mes, queda fascinada y se pasa
todo el día mirando el paisaje. Es el único momento que la tranquiliza. ¿Seguís
pensando que eso es crueldad?"
No cabe menos que
reflexionar: la mente enajenada es algo que se nos va de las manos y en mi
experiencia, a los familiares sólo les provoca sufrimiento.
Si la relación de padres e hijos ha sido plena, todo se puede sobrellevar, pero qué pasa cuando no lo ha sido y los hijos sienten la obligación de colaborar, se llenan de culpa, deterioran su propia pareja y el querido padre o madre no tiene la menor idea de esto; sólo tenemos la impresión de que las conductas amorosas le hacen bien.
Tratemos de ver esta película y pensemos,
reflexionemos, tomemos decisiones, para que algo de todo lo que allí ocurre
deje de ocurrir. Lo entiendo como una responsabilidad de las generaciones que
venimos encontrarle una solución, si no ya para nuestros padres, al menos para
nosotros mismos.
Los especialistas aconsejan no confrontar con el enfermo de Alzheimer. Lo remanido es “seguirle la corriente”, pero resulta muy difícil, tan difícil como aceptar que nuestro ser querido, se ha convertido en alguien que nos es totalmente ajeno.
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