Demoré mi homenaje a Alfonsín, porque entre tantos prejuicios lo pensé sólo como un político, y por lo tanto, ajeno a los temas que me convocan. Pero cambié de opinión al leer lo que escribió Valiente Noailles en La Nación; “Nunca es igual el tamaño de un hombre vivo que el de un hombre muerto. Con su balance cruel e instantáneo, la muerte reduce a cenizas a algunos y agiganta a otros.”
Y es ahí en la respuesta de la sociedad a su muerte: en la tristeza de todos, que no estaba relacionada en sí con su muerte sino con la impresión de que casi no tenemos líderes políticos que continúen llevando las banderas que honran la vida pública cotidianamente.
Alfonsín decía con cierta ironía que la gente lo quería como a un buen hombre pero no lo votaban. Valiente Noailles sugiere que quizás fue de ese modo para preservarlo. Fue nuestro reservorio de moral y ética pública.
Y es ahí en la respuesta de la sociedad a su muerte: en la tristeza de todos, que no estaba relacionada en sí con su muerte sino con la impresión de que casi no tenemos líderes políticos que continúen llevando las banderas que honran la vida pública cotidianamente.
Alfonsín decía con cierta ironía que la gente lo quería como a un buen hombre pero no lo votaban. Valiente Noailles sugiere que quizás fue de ese modo para preservarlo. Fue nuestro reservorio de moral y ética pública.
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