Gracias a la ciencia y la gerontología, la esperanza de vida es cada vez mayor y esto nos lleva a reflexionar: ¿Cómo prepararnos para nuestro envejecimiento? ¿Cómo enfrentar la vejez de mis padres? ¿Cómo mejorar la calidad de vida? Muchos nuevos desafíos nos esperan y espero en este espacio poder ayudar a que todos tengamos un envejecimiento pleno y lleno de vida...
Tarde o temprano, llegará: ¡la batalla contra el tiempo, ya está perdida! Así que mejor preparémonos para disfrutar cada minuto...
Cariños,
Elia
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viernes, 25 de noviembre de 2011

Giorgio Armani, presentó un perfume masculino, con su mirada sobre el deporte


Sigo insistiendo que el ejercicio físico que incluye los deportes es absolutamente necesario para una longevidad gozable. No está mal ver la visión de este diseñador, (peso pesado) acerca del deporte.

No es que si practicamos alguno y usamos sus perfumes nos vayamos a transformar en sus modelos. Pero me resultaron interesantes todos los conceptos que hay detrás de la elaboración de un perfume con el objetivo específico de ejercer la seducción.

Esta es una herramienta que debiéramos usar ¡Todos!

¿Cómo definiría el deporte según el estilo Armani?

-Se trata de una visión de energía y poder, expresada mediante un cuerpo que irradia fuerza y vigor a través de la tensión de cada músculo, y crea un atractivo fuerte y seductor.

-¿Qué significa el deporte para Ud.?

-El deporte constituye el equilibrio entre el pensamiento y la acción, dado que la mente domina el cuerpo y la voluntad lo controla en la búsqueda de resultados extraordinarios. En un determinado momento reúne la fuerza y la inteligencia necesarias para lograr la victoria. Me imagino que una experiencia deportiva profunda puede adquirir una dimensión espiritual, debido a las emociones que surgen y se transmiten. Esto resulta tanto para los deportes individuales como para los juegos en los que todo el equipo depende del entendimiento mutuo y de la cooperación con los demás.

-¿Por qué puso tanto énfasis en lo físico, incluso en la campaña?

-Porque posee un atractivo poderoso que sugiere sentimientos misteriosos, íntimos y magnéticos, los cuales proyectan una belleza que es universal y también muy moderna.
A través del impacto de un cuerpo esculpido, moldeado por el deporte, se logra una estética perfecta que se convierte en una verdadera arma de seducción.

-¿Usted cree que el deporte lo ayuda a lograr resultados extraordinarios en su trabajo diario?

- Sin duda. Los grandes logros son el resultado del entrenamiento metódico y continuo. Estoy acostumbrado a tener un programa disciplinado, cuyos resultados se vuelven evidentes en mi trabajo de todos los días.

-La saga Armani Code es un relato moderno de seducción. ¿Cómo sería vivir sin esa cualidad?

-La vida sería pobre sin este instinto que es tan natural y a la vez cultural. La seducción conlleva un elemento de riesgo porque uno se abre por completo, por lo que requiere de mucha inteligencia.



jueves, 17 de noviembre de 2011

Oblogo - Déborah Ibañez

Transcribo casi literal una nota “La ventana”, que publicó en el N° 59 de Oblogo, porque me parece que necesitamos muchos modelos de actitudes diferentes frente a las adversidades de la vejez, para ir eligiendo la nuestra cuando llegue.

Conocí a Lucrecia… cuando comencé a trabajar como enfermera en una clínica…


…Lucrecia (no era su verdadero nombre, pero respeté su deseo de llamarse así), tenía más de 80 años y se notaba que había sido una bellísima mujer en su lejana juventud. Lo era aún. De estatura mediana, delgada, cabello corto y cano y ojos pequeños e inquietos de un celeste profundo.


Su rostro estaba surcado, tallado diría por incontables y suaves arrugas que le otorgaban un encanto especial. O era su eterna sonrisa que me recibía cuando entraba con la medicación de la media mañana.

Muchacha leyendo una carta
ante una ventana abierta,
Gemäldegalerie, Dresde



La encontraba todos los días cerca de la ventana, enfundada en su elegante bata azul, acariciando el cortinado blanco o descorriéndolo, generando un golpeteo entre las argollas de madera que le sostenían de un lustroso barral. Horas de pie, mirando la vida pasar del otro lado.



-Vení… acercate. ¿No es hermoso?

Todo la animaba. La gente caminando apurada, el ruido de los autos, el viento formando remolinos caprichosos. Miraba el cielo, adivinando semejanzas con las nubes y adoraba los días de lluvia, cuando los chicos jugaban a pisar charcos y a enojar madres. O los de frío, para dibujar figuras con su fino índice sobre el paño.

Más de una vez la sorprendí balanceándose de un lado a otro, sin moverse del lugar, en una suerte de baile cuya música yo no llegaba a percibir.

-Lucrecia… -la retaba, con cariño-

-¿No escuchás la música? Viene de afuera.

Y es que esa ventana era su única conexión con el mundo. Nadie la visitaba, no participaba de las actividades lúdicas y tampoco se interesaba por las películas o por la lectura. Sólo su ventana. Ese pasaje mágico al exterior. En ocasiones tocaba el vidrio como esperando que se fundiera, que desapareciera y poder así sacar su mano.

-Vení, mirá…-me aproximaba con paciencia. Una pareja de jovencitos se besaba en la esquina-. Así me besaba mi Luis.

Era el instante en que buscaba las cartas de amor. Olvidaba que no estaba en su casa, me preguntaba dónde estaba el baúl con sus recuerdos. Se angustiaba, se agitaba. Hasta que se daba cuenta de su condición y repetía entre dientes, a modo de consuelo, que faltaba poco para regresar a su hogar. Pero Lucrecia nunca volvió.

Una mañana la encontré acostada. Raro, pensé. Me senté a su lado; noté que murmuraba fastidiosa:

-Otra vez no pude ver el amanecer.

Cada tanto me contaba que quería descubrir el momento exacto en que el negro de la noche se transformaba en el azul previo al alba. “Siempre me distraigo” protestaba, “o me duermo”, refunfuñaba. Traté de alentarla, mientras le acercaba la píldora a la boca. Me hizo un gesto de desagrado y apartó su cara.

-Abrí los postigos-, me dijo.

-Lucrecia, -la regañé dulcemente.

-Abrí los postigos, te digo corré las cortinas.

Me puse seria y el corazón se me aceleró.

-Lucrecia, las cortinas están corridas.

-No me mientas, está oscuro.

Dejé el vaso con agua a un costado y una pena gigante mordió mi garganta. Atiné a agarrarle la mano, estaba un poco fría. Me la apretó levemente. Intuía el final.

-Sabía que era mi día. Hoy vuelvo a casa.

Sonrió, creo. Y soltó mi mano.

Nunca extrañé a nadie así. A partir de allí, prometí detenerme a diario cinco minutos en esa ventana. A tratar de mirar como lo hacía ella, a hallar algo nuevo. A esperar algo nuevo. Desde su lucidez, desde su soledad.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Chabana, desde Japón

Es un tipo de arreglo de Ikebana que se usa exclusivamente para la ceremonia del té.

Los que tenemos varias décadas ya deberíamos saberlo pero por las dudas, lo comento por la sencillez y profundidad que implica.

Se hace con flores silvestres que transmitan sencillez y humildad. Si es posible evitar las flores muy abiertas, porque pierden el misterio. Muchas veces se elige la que anticipa la estación que está llegando, o al contrario, se intenta destacar la última de la temporada.

Este es un homenaje que el anfitrión le hace al invitado, para que a través del arte del arreglo, sean conscientes que ese será un momento único e irrepetible, efímero como el material que se usó.

Con respecto a la base, no debe competir en color, sino sólo contener, por lo que se recomiendan canastitas o vasijas de barro o también puede usarse algún viejo jarrito arrumbado en un estante, porque es sinónimo de experiencia, es decir, el momento presente contenido en lo vivido.

Si están pensando que para los que viven en grandes urbes resulta un poco ajeno, les cuento que cuando mi Maestra de Ikebana me invitó y vi el arreglo, sonriente le pregunté ¿a dónde había ido a buscar los materiales? ¡”Sencillamente a la vía del ferrocarril, que está a tres cuadras! Ahí tenés para elegir…”

Hagamos del Chabana una práctica diaria, humildad, arte, momento presente, amor al otro. Nos ayudará a transitar la longevidad que estamos logrando.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La Muerte de la Conversación

Acabo de leer en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos celulares.

Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los ring tones interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a gritos.

La noticia me produjo envidia y de la buena.

Personalmente, ya no recuerdo lo que es sostener una linda conversación de corrido, larga y profunda, tomando café o chocolate, sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su celular.

En ocasiones es peor.

Hace poco estaba en una reunión de trabajo que simplemente se disolvió porque tres de las cinco personas que estábamos en la mesa empezaron a atender sus llamadas urgentes por celular. Era un caos indescriptible de conversaciones al mismo tiempo.

Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado.

El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso.

Cada vez es peor.

Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar.

Ahora se ha perdido el pudor.

Todo el mundo grita por su celu, desde el lugar mismo en que se encuentra.

No niego las virtudes de las TIC´s ni de la comunicación por celu. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía.

Pero me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca.

Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono.

Preferimos perder el DNI que el móvil, pues con frecuencia, la tarjeta SIM funciona más que nuestra propia memoria.

El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y este no suena.

Por eso quizá algunos nunca lo apagan.

¡Ni en cine! He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: "Estoy en cine, ahora te llamo".

Es algo que por más que intento, no puedo entender.

También puedo percibir la sensación de desamparo que se produce en muchas personas cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de despegar que es hora de apagar los celulares.

También he sido testigo de la inquietud que se desata cuando suena uno de los timbres más populares y todos en acto reflejo nos llevamos la mano al bolsillo o la cartera, buscando el propio aparatito...

Pero de todos, los Blackberry merecen capítulo aparte.Enajenados y autistas.
Así he visto a muchos de mis colegas, absortos en el chat de este nuevo invento.

La escena suele repetirse.

El Blackberry en el escritorio.

Un pitito que anuncia la llegada de un mensaje, y el personaje que tengo en frente se lanza sobre el teléfono como loco.

Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato.

Lo veo teclear un rato, masajear la bolita, y sonreír; luego mirarme y decir: "¿En qué íbamos?".

Pero ya la conversación se había ido a la mierd... No conozco a nadie que tenga Blackberry y no sea adicto a éste.

Alguien me decía que antes, en las mañanas al levantarse, su primer instinto era tomarse un buen café.

Ahora su primer acto cotidiano es tomar su aparato y responder al instante todos sus mensajes.

Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, y frente a frente.

ANÓNIMO

Este artículo si bien tiene mucho de cierto, no termina de convencerme, porque esta exaltación de las conversaciones mano a mano, no me parecen tales, venimos de largos períodos de juzgar a la gente por falsa, porque dice una cosa por otra, porque exagera, porque seguimos conversando por inercia, pero muchas veces nos hemos distanciado muchísimo filosóficamente hablando inclusive desde el corazón.
 
Cada vez más pienso que los actos no son ni buenos ni malos, sino que somos responsables cada uno de cómo transitar esta querida vida. Quizás ha llegado el momento de cambios tan grandes, que incluya cambiar viejas relaciones. Si mi viejo amigo interrumpe la charla, tres veces para atender su Blackberry por adicción y no por emergencia, es una oportunidad para que yo empiece a conocer gente nueva, con valores semejantes que podamos compartir hoy.
 
Ser responsables, nos hace más queribles!! A quien quiera que le toque disfrutarlo.