Gracias a la ciencia y la gerontología, la esperanza de vida es cada vez mayor y esto nos lleva a reflexionar: ¿Cómo prepararnos para nuestro envejecimiento? ¿Cómo enfrentar la vejez de mis padres? ¿Cómo mejorar la calidad de vida? Muchos nuevos desafíos nos esperan y espero en este espacio poder ayudar a que todos tengamos un envejecimiento pleno y lleno de vida...
Tarde o temprano, llegará: ¡la batalla contra el tiempo, ya está perdida! Así que mejor preparémonos para disfrutar cada minuto...
Cariños,
Elia
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miércoles, 28 de enero de 2009

El desapego de los objetos.

Irene y Bernardo tienen 83 y 86 años respectivamente, hasta aquí han llegado muy bien, pero desde hace algún tiempo surgen dificultades, como que ella tiene que ir al médico y él no tiene la energía suficiente para acompañarla. Ella dice que puede ir sola, cosa que parece que no es tan así, en fin que según la opinión de los hijos tendrían que tener una persona que viva con ellos para asistirlos cuando lo requieran y que es mejor que la elijan ahora que no es urgente y vayan adaptándose a la convivencia.
Como tantos otros, ellos se niegan por el momento y dicen. “Más adelante; por ahora nos arreglamos”.

De todas maneras, parece que la idea les quedó rondando y él decidió dejar en condiciones el cuarto de servicio que está atiborrado de objetos que no se usan. Entre otras cosas decidió hacer más estantes para guardar cosas que se ven desprolijas.

Cuando me lo contaba, la verdad es que me causó gracia, y se lo hice saber, a esa altura hacer estantes para guardar. Cuando a mi entender lo único pertinente es practicar el desapego y no aferrarse a nada.
Desprendernos de objetos nos deja más livianos, y nos da una libertad que vale la pena vivenciar.
Para mi sorpresa Bernardo me dijo que yo tenía que ser más tolerante con los que piensan diferente, porque mi propuesta es algo a lo que la mayoría no está acostumbrado y que a él todavía no le llegó el momento.

“¡Intolerante!” Me quedé pensando, porque no es la primera vez que me lo dicen, quizás por esta vieja convicción que tengo de que cada uno tiene que ser modelo para los más jóvenes. Así es como espero, equivocadamente, que los de más de ochenta nos enseñen cómo van cerrando los capítulos de su vida, sin dejarnos esa tarea a los que seguimos.

Cuando se vivía muchos menos años casi no había tiempo de ocuparse del destino de nuestras pertenencias, pero con la longevidad nos sobra tiempo y creo que es responsabilidad de cada uno hacerlo.
Cuando lo comenté con una tía, que vive hace 45 años en la misma casa de dos plantas, varios cuartos y demás estantecitos, me dijo que su único hijo la tranquilizó diciéndole. “No te preocupes mamá, cuando ya no estés, le doy la llave a alguien con un camión y que vacíe la casa. Yo no quiero nada”.
En otras épocas diríamos ¡Qué desaprensivo! Pero hoy viendo a nuestros mayores vivir hasta los noventa y más sin ocuparse del tema, hasta se me ocurre que sería buen negocio para un emprendedor vender el servicio de “¡desocupación de casas de difuntos!”

Ahora, me pregunto ¿quiero yo que los objetos que me acompañan desde hace 45 años sean distribuidos por el señor que maneja el camión? La verdad que de pensarlo me dio un nudo en el estómago, y me comprometo a practicar desapego desde ahora, porque, dicho sea de paso, el momento no llega como por arte de magia. Depende de nuestra decisión y de comenzar a practicarlo, aún cuando al comienzo tengamos que violentarnos.

[Foto de Corle1]

sábado, 24 de enero de 2009

Guía para una buena longevidad – 1ra Parte

La ciencia médica nos ha hecho un gran regalo: viviremos muchos más años y para muchos esto significará llegar a ser longevos. Esto es una muy buena noticia pero tiene sus bemoles. En nuestra cultura Occidental nos sentimos obligados a lucir siempre jóvenes y bonitos. Durante bastante tiempo la mayoría de nosotros intentamos lograrlo con todas o muchas de las recetas que la publicidad nos sugiere – y presiona- para que probemos.
En el último Día de la Madre me dediqué a observar las publicidades. Las madres tenían no más de treinta años como si después de esa edad se las tragara la tierra. Por suerte mis hijos me hicieron un regalito pero el marketing apunta solo hasta esa década.
El tema es que en cuanto empezamos a mirar a nuestro alrededor, si es que preferimos no empezar por nosotros mismos, vemos muchísimas situaciones dramáticas, de las que no se habla, pero que se dan con frecuencia. Muchas de ellas nos hacen replantear la alegría de haber descubierto que la medicina nos ha regalado por lo menos dos décadas, y comenzamos a pensar si no será una condena.
Sin ir más lejos tengo una íntima amiga de 68 años que ya hace 2 años no reconoce a nadie a causa de su Alzheimer. Su madre de casi 100 años está en un geriátrico en estado vegetativo, mientras el marido tiene graves problemas de salud que lo tienen sumido en una depresión y casi no sale de la cama. Sus hijas viven una en el exterior y otra que está aquí a cargo de la situación. Menciono este ejemplo, porque no es demasiado excepcional, y cada vez será mucho más cotidiano.
Cuanto antes podamos conectar con esta realidad, podremos ir preparándonos y previendo al menos lo posible que colabore en aliviar el sufrimiento.
Es mucho lo que podemos hacer, pero es esforzado y no hay que prometer un jardín de rosas.
Veamos algunos temas donde podemos actuar antes que las cosas se pongan difíciles:

-Es muy importante el ejercicio físico en todas las décadas, de manera que no solo hay que promocionarlo siempre, sino ponerlo en práctica, porque si no lo hacemos serán nuestros hijos, sobrinos o quien se conmueva, los que padezcan por igual que nosotros.

-El sobrepeso del cual casi terminamos creyendo que se trata de una cuestión estética, y algunos gorditos se atreven y dicen: “Soy gorda, quiero que me acepten como soy.” Que los demás me acepten es una buena idea, pero poco tiene que ver con lo que significan diez kilos más para mis articulaciones, para mis movimientos, para mi columna, para mi postura, etc.

Cuidar la alimentación.

Pensemos que todas las partes de este cuerpo que nos sostiene tienen que durar mucho más, de manera que todo los alimentos grasos que comamos en exceso, es posible que se acumulen a lo largo y a lo ancho de nuestro sistema circulatorio, “Zona de peligro”, por ahí acechan los ACV (Accidentes cerebrovasculares) que si los sobrevivimos, suelen dejar secuelas importantes.

Aprendamos de todas las experiencias de los mayores que tenemos cerca, al menos para no repetir lo que nos cuesta más trabajo a nosotros como cuidadores de ellos.
Esto parece simple, al menos en mi caso vi como mi madre se reía de lo que el médico le indicó para sus manos con incipiente artrosis, tenía que sentarse a ver TV. Siempre con una pelotita de tenis en la mano y simplemente moverla. Diez años después, mi madre no podía sostener los cubiertos para comer y yo la tenía que asistir. En ese momento me dije “Esto a mí no me va a pasar”. Sin embargo la primer sorprendida fui yo cuando hace unos meses me caí andando en bicicleta. Fue un golpe fuerte y los dolores fueron pasando, pero me quedó una tendinitis en el hombro bastante molesta. ¿Porqué tuve esa conducta descuidada? Pues porque vengo con la inercia de muchos años donde las recuperaciones eran rápidas y ahora que tengo 60 mi organismo tarda mucho más en volver a estar bien y a veces quedan problemas crónicos.

La gente mayor habla bastante del pasado, quizás porque ve poca cosa interesante para el futuro. Recordar el pasado es bueno si nos sirve para incorporar las acciones pasadas y disfrutarlas en el presente. Pero si es para lamentarse a menudo, ni siquiera tenemos quien los escuche, y hacemos lo imposible por encontrar algún “escuchador”. Suelo escuchar como psicóloga que soy. Digo suelo porque a veces, especialmente con gente muy querida por mí, le digo “mira vine por media hora así que hablemos de cómo puedes mejorar de aquí en más, porque lo que pasó ya es historia y de nada sirve lamentarse”.

Desde ya que ser coherente y poner todo esto en práctica entre otros muchos condimentos requiere del Humor y sin él es casi imposible. Reírnos de nosotros mismos, nos alivia y nos relaja, permitiéndonos ser un buen modelo para los que todavía no han podido desarrollarlo.
Todos hemos sido protagonistas cuando niños de esas experiencias en las que el adulto que estaba con nosotros nos quería amordazar. Como ver a alguien en alguna caída, o cualquier situación imprevista y nosotros los más chicos tentarnos de risa, y ahí andábamos tratando de esconder nuestra tentación, pensando a la vez que no lo podíamos evitar pero que era de muy mal gusto.
Me llevó tiempo darme cuenta, que lo que ocurría, era que nos reíamos “de” la persona y no “con” la persona. De modo que ahora, cuando puedo comparto mi risa con el que sufre y eso lo alivia y distiende la situación. En mi generación, reír significaba, quitarle valor al suceso o minimizarlo, cuando en realidad lo que hacemos es intentar aceptar una situación difícil o dolorosa.
Otro de los temas pendientes después de tantas décadas vividas es reflexionar cada uno en cuanto al sentido de nuestra vida. Y creo que es inexcusable no hacerlo. ¿Qué sentido le damos a nuestra vida? ¿Es cierto como algunos dicen que todos tenemos una misión?
Yo no tengo dudas al respecto, sólo es cuestión de empezar a mirarnos un poco más allá de las actividades diarias que muchas veces nos apremian y estresan, pero por encima de todo cada uno de nosotros tiene una habilidad o buena disposición para alguna tarea, que muchas veces coincide con un objetivo vital o misión. Especialmente si podemos aliviar el sufrimiento, si sentimos compasión por el dolor ajeno, si después de realizar nuestra tarea hubo gente que también se benefició. Sepamos cuáles son nuestros valores propios y personales. No aquellos valores que nos impusieron sino a los que de todo corazón queremos adherir. A veces sucede con las religiones que de tanto dogma dejamos de ser verdaderamente responsables de elegir los valores esenciales para guiarnos en nuestro diario vivir.
Este nuevo milenio, nos trae la novedad de un cambio de paradigmas ya que muchos de los anteriores no funcionan más.
Hablaba hace poco con un joven de 28 años, que trataba de mediar en una situación conflictiva entre su abuela y su bisabuela. Ésta le da órdenes y la hija dice que está harta de eso. Estamos hablando de una mujer de 93 años discutiendo con la hija de 73. A todo esto, la nieta de 50 años o sea la madre del joven de 28, es tratada por las dos ancianas como si fuera una niña… Resulta difícil imaginar con qué autoridad crió esta nieta a sus seis hijos, el mayor de los cuales ya tiene 30 años. Bien, esto es Longevidad, cinco generaciones tratando de convivir con los viejos paradigmas donde la madre es la que tiene la autoridad. Pues bien, tenemos que encontrar otras maneras.

Se acuerdan, cuando la gente de sesenta decía ante los nuevos conocimientos o tecnologías “eso ya no es para mí”. Ahora ocurre con Internet, mucha gente ha decidido no aprender a utilizar Internet. ¿Cómo van a hacer para vivir los próximos 30 ó 40 años que les falta? Es una incógnita, porque hoy es común en determinados medios sociales, que los niños de tres años se manejen con la computadora con conocimientos básicos, de manera que se abrirá una brecha, casi insalvable, entre la mentalidad de este niño y la de sus abuelos.

Así que…¡ manos a la obra! Aún estamos a tiempo.

Elia Toppelberg

http://www.eliatoppelberg.com/

lunes, 12 de enero de 2009

Bisabuelos hasta en la sopa

Entré distraídamente al ascensor sin imaginar la escena de la que iba a participar.
Había dos mujeres muy mayores y una de ellas con tacos y maquillada se apoyaba en un bastón. Parecía bastante añosa pero no tenía look de anciana.

Se dirigió a una sonriente nena de unos seis años que iba de la mano de otro hombre mayor.
–¿Vas a pasear con el abuelo? –le preguntó.
–El no es mi abuelo, es mi bisabuelo... –respondió la nena
–Bueno, ¿qué diferencia hay?
–Los bisabuelos son mucho mejores, yo tengo ocho que se pelean por estar conmigo.
–¿Ocho bisabuelos? No me lo puedo imaginar. ¿Sabes que edad tengo yo?
–No, pero aquí sos la más vieja –dijo la nena sin dudar.
–Tengo 103; ella es mi hija y no le gusta decir la edad, pero tiene 84...
Si bien yo estaba petrificada, miré a la hija, que iba ajena a la conversación tratando de arreglarse el pelo, de manera que no se le vieran los resabios del último lifting, pues por la expresión de los ojos se notaba que habían sido varios.

Ni a Almodóvar se le hubiera ocurrido una escena como esta.
Agradecí ser testigo presencial, ¡si me lo cuentan no lo creo! Agradecí también que llegáramos a la planta baja, pues me sentía agobiada por la confusión. Me puse a hacer rápidos cálculos y llegué a la conclusión de que según la creciente expectativa de vida, los hijos de esa nena probablemente conocieran en vida a algunos de sus... tatarabuelos.

Yo, que estoy por cumplir sesenta con la tan mentada angustia por el cambio de década, me sentía como en una montaña rusa. Me llovían las preguntas: "¿Soy joven? ¿Soy vieja? ¿Soy más abuela o menos hija? ¿Mi generación tendrá tataranietos?"

Como escribí en mi último libro "Estoy envejeciendo... ¿Qué hago", negar el paso del tiempo es una batalla perdida, y combatirlo nos sumerge en un mar de sufrimiento.
Necesitamos flexibilidad y creatividad para dar respuestas a niñas como ésta, que nació con Internet y con ocho bisabuelos –sin mencionar a los cuatro abuelos– que quizás no están mucho con ella porque uno está haciendo aerobics, otro conviviendo con una nueva pareja treinta años menor, y un tercero meditando en el Tibet.

Nos ha tocado vivir el inédito Boom de la longevidad, donde cumplir 90 y 100 años es cada vez más común. Es mejor que revisemos nuestras creencias sobre la vejez, el abuelazgo y el paso del tiempo. Estemos preparados para que nada suceda cómo creímos que iba a suceder.

[Foto de hb19]

No confundir soledad con abandono

La lectura del artículo “Expulsa al mendigo emocional de tu vida” me movió a reflexionar acerca del malentendido que resulta de confundir la soledad con el abandono.

Desde niños nos empiezan a confundir : “Pobrecito, está sólo”. “¿Por qué estás sólo?, ¿acaso estás triste?” Y cosas semejantes que van formando en nuestro interior las futuras sensaciones de estar mal por sentirse solo, lo cual se hace extensivo a la soledad por no tener pareja.
Creo que “pobrecito…” se relaciona a la idea de que lo dejaron abandonado, y de ninguna manera debiera ser relacionado con el estado de soledad, que puede ser uno de los más creativos y placenteros momentos que nos ofrece la vida.

Le agradezco a uno de mis queridos tíos el ejemplo que me dio cuando yo era niña. Él esperaba que todos se fueran a dormir con alegría, porque llegaba la hora de sentarse bajo las estrellas a fumar su pipa. Le pregunté si no se aburría:
-¡Aburrirme! Ojala toda la gente se diera cuenta de la importancia de estar solo cada día; empezá a practicarlo, te va a ayudar mucho en la vida- me respondió.

Al lado de cada sensación de sentir que si me falta otro no lo podría resistir, pongamos la certeza de que no hemos aprendido todavía a disfrutar de la soledad, para dejar que los otros sean los que me acompañan, pero que no me entregan su oxígeno.


En el siguiente enlace podrán leer el artículo completo escrito en el blog Vida Plena: http://vidaplenaboletin.blogspot.com/2009/01/expulsa-al-mendigo-emocional-de-tu-vida.html

[Foto de tlloret]

miércoles, 7 de enero de 2009

Ser feliz requiere tiempo...

Leyendo el artículo “La receta de la felicidad”, pensé que el condimento indispensable para alcanzarla es el paso del tiempo, por eso creo que dicha investigación ubica entre los 60 y 70 el pico más alto. A esa altura muchos de nosotros hemos aprendido a perdonar, inclusive a los golpes y hemos practicado paciencia y aceptación. De no haberlo hecho estaríamos aislados, porque toda relación humana a lo largo de los años, requiere aprender a no juzgar y a entender que las verdades son parciales. Que los vínculos amorosos, no caen del cielo, sino que hay que nutrirlos y dedicarles tiempo. Quizás por no darnos cuenta de esto último hayan quedado relaciones en el camino, pero las nuevas, en general, se hacen con otras pautas. La sociedad de consumo prefiere atacar las arrugas, pero la realidad es que éstas reflejan muchas veces cambios de actitud ante la vida, que no sólo nos mejoran sino que expanden su influencia a nuestro alrededor.

Otros beneficios surgen cuando descubrimos que la solidaridad y el compromiso con los otros, son una fuente inagotable de bienestar.

Bienvenida felicidad, porque incluye buena parte de sabiduría.

En el siguiente enlace podrán leer el artículo completo:
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2009/01/02/neurociencia/1230891468.html

jueves, 1 de enero de 2009

La oportunidad de estar solo.

Muchas parejas tienen una agradable convivencia de varias décadas, pero no se preparan para las dificultades físicas y psicológicas que suelen acompañar el paso del tiempo, hasta la eventual muerte de uno de ellos. Si ese fuera su caso les recomiendo comenzar sin dilación a preparse para lo que vendrá.

Esta semana me consultó a través de mi página web una mujer de cuarenta años, porque su madre de setenta en una caída se fracturó la cadera y le está costando mucho la recuperación tanto física como psicológica, especialmente porque el marido es el que se deprimió, bajó más de diez kilos en poco tiempo, dejó de atender el negocio que atendían juntos, y encuentra que “la vida sin ella no tiene sentido”. No soporta verla discapacitada ni siquiera temporalmente. Está deprimido y la medicación psiquiátrica en principio no ha dado resultados.

Moraleja: La hija tiene que asistir a ambos y contratar cuidadores. Mientras que la esposa tiene que disimular los dolores, la angustia y su estado de minúsvalida, para no agravar el estado del marido.

¡Amigos de la pareja justifican la actitud porque alegan que se quieren mucho!
¡No!, esto es simplemente incapacidad de autoabastecerse y es en estas crisis donde queda al descubierto.
Así que…¡Manos a la obra! ¡Honremos una buena convivencia, sabiendo que un día terminará!

[Foto de Emile]