Gracias a la ciencia y la gerontología, la esperanza de vida es cada vez mayor y esto nos lleva a reflexionar: ¿Cómo prepararnos para nuestro envejecimiento? ¿Cómo enfrentar la vejez de mis padres? ¿Cómo mejorar la calidad de vida? Muchos nuevos desafíos nos esperan y espero en este espacio poder ayudar a que todos tengamos un envejecimiento pleno y lleno de vida...
Tarde o temprano, llegará: ¡la batalla contra el tiempo, ya está perdida! Así que mejor preparémonos para disfrutar cada minuto...
Cariños,
Elia
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jueves, 17 de noviembre de 2011

Oblogo - Déborah Ibañez

Transcribo casi literal una nota “La ventana”, que publicó en el N° 59 de Oblogo, porque me parece que necesitamos muchos modelos de actitudes diferentes frente a las adversidades de la vejez, para ir eligiendo la nuestra cuando llegue.

Conocí a Lucrecia… cuando comencé a trabajar como enfermera en una clínica…


…Lucrecia (no era su verdadero nombre, pero respeté su deseo de llamarse así), tenía más de 80 años y se notaba que había sido una bellísima mujer en su lejana juventud. Lo era aún. De estatura mediana, delgada, cabello corto y cano y ojos pequeños e inquietos de un celeste profundo.


Su rostro estaba surcado, tallado diría por incontables y suaves arrugas que le otorgaban un encanto especial. O era su eterna sonrisa que me recibía cuando entraba con la medicación de la media mañana.

Muchacha leyendo una carta
ante una ventana abierta,
Gemäldegalerie, Dresde



La encontraba todos los días cerca de la ventana, enfundada en su elegante bata azul, acariciando el cortinado blanco o descorriéndolo, generando un golpeteo entre las argollas de madera que le sostenían de un lustroso barral. Horas de pie, mirando la vida pasar del otro lado.



-Vení… acercate. ¿No es hermoso?

Todo la animaba. La gente caminando apurada, el ruido de los autos, el viento formando remolinos caprichosos. Miraba el cielo, adivinando semejanzas con las nubes y adoraba los días de lluvia, cuando los chicos jugaban a pisar charcos y a enojar madres. O los de frío, para dibujar figuras con su fino índice sobre el paño.

Más de una vez la sorprendí balanceándose de un lado a otro, sin moverse del lugar, en una suerte de baile cuya música yo no llegaba a percibir.

-Lucrecia… -la retaba, con cariño-

-¿No escuchás la música? Viene de afuera.

Y es que esa ventana era su única conexión con el mundo. Nadie la visitaba, no participaba de las actividades lúdicas y tampoco se interesaba por las películas o por la lectura. Sólo su ventana. Ese pasaje mágico al exterior. En ocasiones tocaba el vidrio como esperando que se fundiera, que desapareciera y poder así sacar su mano.

-Vení, mirá…-me aproximaba con paciencia. Una pareja de jovencitos se besaba en la esquina-. Así me besaba mi Luis.

Era el instante en que buscaba las cartas de amor. Olvidaba que no estaba en su casa, me preguntaba dónde estaba el baúl con sus recuerdos. Se angustiaba, se agitaba. Hasta que se daba cuenta de su condición y repetía entre dientes, a modo de consuelo, que faltaba poco para regresar a su hogar. Pero Lucrecia nunca volvió.

Una mañana la encontré acostada. Raro, pensé. Me senté a su lado; noté que murmuraba fastidiosa:

-Otra vez no pude ver el amanecer.

Cada tanto me contaba que quería descubrir el momento exacto en que el negro de la noche se transformaba en el azul previo al alba. “Siempre me distraigo” protestaba, “o me duermo”, refunfuñaba. Traté de alentarla, mientras le acercaba la píldora a la boca. Me hizo un gesto de desagrado y apartó su cara.

-Abrí los postigos-, me dijo.

-Lucrecia, -la regañé dulcemente.

-Abrí los postigos, te digo corré las cortinas.

Me puse seria y el corazón se me aceleró.

-Lucrecia, las cortinas están corridas.

-No me mientas, está oscuro.

Dejé el vaso con agua a un costado y una pena gigante mordió mi garganta. Atiné a agarrarle la mano, estaba un poco fría. Me la apretó levemente. Intuía el final.

-Sabía que era mi día. Hoy vuelvo a casa.

Sonrió, creo. Y soltó mi mano.

Nunca extrañé a nadie así. A partir de allí, prometí detenerme a diario cinco minutos en esa ventana. A tratar de mirar como lo hacía ella, a hallar algo nuevo. A esperar algo nuevo. Desde su lucidez, desde su soledad.

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