Entiendo que todos hemos escuchado la dolorosa frase: “No tuve tiempo de despedirme” tras la muerte de un ser querido. Pero como “de eso no se habla” pareciera que preferimos lamentarnos por lo que no hicimos en lugar de saber que no sólo la muerte se presenta en cualquier momento, sino que con el Boom de la longevidad, si no lo hace en la década de los 80 seguramente se presentará en la de los noventa.
Vemos que cuando un hijo o un nieto emprenden un viaje largo o emigran, al despedirse lo hacen, al igual que el longevo, con un nudo en el estómago pero disimulando su emoción. Y “aquí no ha pasado nada”. Qué lástima no poder sincerarse y poner en palabras todo eso que estaba en el nudo.
“Quiero que sepas que me encanta ser tu nieto, gracias” o “Abuela no sabés cuánto de vos llevo dentro” o “Papá, pase lo que pase, estamos hechos”. Y cuando el balance no ha sido tan positivo, cerrarlo de cualquier manera. “Fuimos diferentes y nos perdimos algunas cosas. Me quedo con los acuerdos” “Te pido disculpas, en aquel momento no te entendí”.
Cerrar balances, nos da la oportunidad de abrir nuevos ejercicios en cada reencuentro. Hasta que sólo quede la triste y dulce ausencia y no el arrepentimiento.
[Foto Pauropa]
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