Porque si hay algo que tenemos que practicar entre otras cosas para que nuestra longevidad sea una bendición y no una pesadilla es el desapego. Lo estoy haciendo sin demasiado dolor.
Pues bien en una mudanza si uno no se desapega, puede morir en el intento, al menos en mi caso con convicciones o sin ellas, he guardado hasta aquí, desde mi sabanita de los cinco años, pasando por el uniforme escolar de mi marido de los seis años (una vez más se cumple el viejo adagio: “Dios los cría y ellos se juntan”) vestiditos, dibujitos, muñecos y demás enceres de mis hijos, pero o maravilla, también estaba está preciosa poesía (que no pude averiguar el autor) que mi madre transcribió en una cartita muy linda que me envió cuando tenía setenta años.
Incorporar estos versos, nos va a acercar a la bendita longevidad.
¡Gracias mami!
Te precedo en la vida. Tu eres rosado albor,
Aurora tímida. Yo tengo los ojos llenos de la lumbre
Sagrada del sol.
Llegaste del amor y yo alumbré tu día
Fue entonces tan profunda mi maravilla, que ante la mirada mía
Abrièronse mil nuevos senderos, y yo le supliqué a Dios:
-Si yo debo guiarlo, si su mano en la mía encontrará la senda
lléname tú los ojos de la luz verdadera que me ha de guiar.
Te precedo en la vida, el eco de tus pies pequeñitos, al correr tras los míos
dejan en el camino una alegría sana de vivir
y cada vez que beso tus labios frescos, dirìase que se ha abierto
Una flor en el aire
Y cuando tu luz sea firme, cuando tu mano fuerte ya no busque la mía,
Mi resplandor habrá llegado entonces al ocaso.
Y tu iluminarás con tu plenitud la tarde de mi vida.
Y cuando se cierre la noche , todavía un rayo de mi alma,
génesis en ti, seguirá brillando en el fondo de tu alma,
perdida entre su luz.
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