Mi atención está puesta generalmente en lo que ocurre con la gente de muchas décadas, por eso tengo tan presente toda la responsabilidad que tenemos con los jóvenes que nos continúan.
Se habla bastante de los jóvenes que son vagos, que no trabajan ni estudian, que están perdidos… y no se menciona tanto la guía nuestra que se ve que no fue muy efectiva, quizás no hemos sabido transmitirles el gusto por el trabajo, o la pasión por el conocimiento.
En el vuelo volviendo de U.S.A fui testigo de un hecho que quiero compartir para que reflexionemos sobre nuestros valores con respecto a la juventud.
Cuando llegué a mi asiento asignado, que era pasillo, había en la fila una mujer en el otro pasillo, y en el medio tres varones entre 15 y 22 años. Lo cierto es que claramente mi llegada no los inmutó, simplemente siguieron cada uno en lo suyo, uno leía y dos escuchaban música. No comieron, no bebieron, se limitaban a decir” No, muchas gracias”.
En un momento dado el comisario de abordo repartió los formularios de aduana, y que al ser uno por persona y la señora de la punta venía a ser la madre, ellos consideraron que no les incumbía.
Deduzco esto, debido al enojo totalmente fuera de lugar del asistente que en voz alta vociferaba, “Me podrían contestar, son unos maleducados”. “¡Cómo puede ser que no hayan sonreído en ningún momento!” “Son jóvenes. Si Uds. no sonríen, ¿quién se supone que lo va a hacer?”
Por suerte los chicos siguieron inmutables, porque la verdad es que era para quejarse por maltrato.
No se me había ocurrido que también se los puede acusar de no tener la alegría del vivir.
Pero en ese momento recordé que un joven que había viajado la semana anterior y había olvidado los estuches de sus lentes de contacto, pidió a la azafata dos vasos para guardarlos; a la mañana, luego de volver a ponérselos, se disponía a dormir un rato más cuando de pronto lo despierta la azafata zamarreándolo y diciéndole que vaya inmediatamente al baño a dejarlo como lo encontró.
Él, que no entendía lo que pasaba, se puso de pie en dirección al baño y al abrir la puerta se dio cuenta que había dejado los dos vasos sobre el vanitory, en lugar de ponerlos en el lugar de los desechos.
Por supuesto que no defiendo el desorden, pero si destaco el rencor hacia la gente joven de la empleada, porque JAMÁS hubiera hecho esto con un adulto; si hay algo que las caracteriza es que “no se descontrolan”. Esa es su tarea. Pero lamentablemente donde hay jóvenes es bastante probable que haya un adulto dispuesto a corregirlo compulsivamente.
La autocrítica nos hará mejores personas, y servirá de modelo para los que nos miran.
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