Entré distraídamente al ascensor sin imaginar la escena de la que iba a participar.
Había dos mujeres muy mayores y una de ellas con tacos y maquillada se apoyaba en un bastón. Parecía bastante añosa pero no tenía look de anciana.
Se dirigió a una sonriente nena de unos seis años que iba de la mano de otro hombre mayor.
–¿Vas a pasear con el abuelo? –le preguntó.
–El no es mi abuelo, es mi bisabuelo... –respondió la nena
–Bueno, ¿qué diferencia hay?
–Los bisabuelos son mucho mejores, yo tengo ocho que se pelean por estar conmigo.
–¿Ocho bisabuelos? No me lo puedo imaginar. ¿Sabes que edad tengo yo?
–No, pero aquí sos la más vieja –dijo la nena sin dudar.
–Tengo 103; ella es mi hija y no le gusta decir la edad, pero tiene 84...
Si bien yo estaba petrificada, miré a la hija, que iba ajena a la conversación tratando de arreglarse el pelo, de manera que no se le vieran los resabios del último lifting, pues por la expresión de los ojos se notaba que habían sido varios.
Ni a Almodóvar se le hubiera ocurrido una escena como esta.
Agradecí ser testigo presencial, ¡si me lo cuentan no lo creo! Agradecí también que llegáramos a la planta baja, pues me sentía agobiada por la confusión. Me puse a hacer rápidos cálculos y llegué a la conclusión de que según la creciente expectativa de vida, los hijos de esa nena probablemente conocieran en vida a algunos de sus... tatarabuelos.
Yo, que estoy por cumplir sesenta con la tan mentada angustia por el cambio de década, me sentía como en una montaña rusa. Me llovían las preguntas: "¿Soy joven? ¿Soy vieja? ¿Soy más abuela o menos hija? ¿Mi generación tendrá tataranietos?"
Como escribí en mi último libro "Estoy envejeciendo... ¿Qué hago", negar el paso del tiempo es una batalla perdida, y combatirlo nos sumerge en un mar de sufrimiento.
Necesitamos flexibilidad y creatividad para dar respuestas a niñas como ésta, que nació con Internet y con ocho bisabuelos –sin mencionar a los cuatro abuelos– que quizás no están mucho con ella porque uno está haciendo aerobics, otro conviviendo con una nueva pareja treinta años menor, y un tercero meditando en el Tibet.
Nos ha tocado vivir el inédito Boom de la longevidad, donde cumplir 90 y 100 años es cada vez más común. Es mejor que revisemos nuestras creencias sobre la vejez, el abuelazgo y el paso del tiempo. Estemos preparados para que nada suceda cómo creímos que iba a suceder.
[Foto de hb19]
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